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miércoles, 25 de agosto de 2010

ÚNICA OCASIÓN PARA CONTEMPLARLA

Con esa extrema curiosidad como cuando por primera vez se ve algo, un hombre tumbado a lo largo de una cama, miraba a particulares puntos de su habitación, respirando entrecortada y difícilmente, pensando largo y profundo. Su mano derecha agarraba fuertemente su cabeza, como si quisiera no dejar salir su cerebro de sus entrañas. Por unos segundos, sus ojos se detuvieron mirando al techo: la fibra de cemento gris y sus curvas; las sombras creadas por la cercana bombilla sujeta a los maderos; cables eléctricos azules y rojos que iban entrecruzados a un tubo plástico, que se perdían en medio de una pared de concreto, de color opaco, víctima de las inclemencias del tiempo y del envejecimiento. En otro punto, pegada a la pared, se encontraba una copia impresa en papel bond de una pintura de Rafael Sanzio, en la que a manuscrito se leía “La Escuela de Atenas”. Al mirar por debajo de la imagen, a un escaparate lleno de libros se le veía junto con un equipo de audio, reproductor de long-plays, con sus discos amontonados.

Dos lágrimas salieron de sus ojos, mientras miraba la puerta de su habitación. Una imagen iba y venía en su cabeza... Hasta hacía solo un instante, se había dispuesto a salir en búsqueda de un poco de marihuana. A cinco cuadras desde su residencia una guaca albergaba a quienes deseaban no solo comprar las hojas secas de cáñamo índico, sino además, los tipos más populares de sustancias alucinógenas. En la compañía de ladronzuelos, moto-taxistas, vendedores de inutilidades, jibaros, pedigüeños, desocupados, lió y fumaba su cigarrillo, lo que no duraría más de lo necesario.

En esa ocasión se encontró con un somnífero aun más fuerte. Uno que lo haría descansar no en vida. Uno que a borbotones se encontraba en la Literatura, pero que nunca lo había acogido en la realidad subyacente. De un estado de contemplativa absorción despertó bruscamente al escuchar gritos y estruendos: “¡Policías! ¡Policías!”, quienes no muy diestros para atrapar supuestos malhechores, se habían metido armados a aquel patio. En un abrir y cerrar de ojos, como un gato montuno, aquel hombre ya se encaramaba al árbol de mangos para escapar. Sin embargo, por destino, buena o mala suerte, o enigmas indescifrables de la vida, sintió ya casi pisando la superficie del techo, que un mísero cobarde lo tomó por la bota de su pantalón, con tal ahínco, que el primer escapista al volver el rostro, vio una reptil figura que lo miró con ojos de lasciva diversión. Aquél jaloneador de vidas y nuestro hombre sólo escucharon un “¡quieto Martín hijeuputa!” y el estruendo de una bala, que los estremeció y dio para que abriera sus manos y finalmente lo soltara.

Era un hombre realmente solitario. Ese era él: un libro en la mano y meditabundo en cualquier parte. Era la meditación una bondad de su instinto. También la música lo regocijaba en su ser.

En todo aquello pensó aquel desdichado camino a su casa, para arrojarse en su cama, sin darse cuenta aun que aquella bala, que no fue dirigida hacía él, pero que, inoportuna saeta de plomo lo había alcanzado, y lo haría enfrentarse a sí mismo.

Trataba de hallarse, a su ser, con diminutos arroyuelos de sangre en rostro y manos. Se dio cuenta al ver su sangre, de que se encontraba en una reflexión única, ultimátum de vida; la de su muerte: ultima, única y verdadera.

Al saber con absoluta seguridad que moriría de una bala en la cabeza, se sintió contrariado al no sentir dolor, por el contrario, sentía un placer inexplicable. De este modo, con aspecto sombrío, y en tono lúgubre y ronco apenas dejaba escapar imperceptibles palabras:

“…se estrellan mis concepciones con estas otras, mucho más fuertes,
persuasivas y convincentes,
las de la muerte. Estas fúnebres
sentencias me hacen preguntarme
 desesperadamente,
¿Qué he aprehendido hasta este punto de vida que ya se desvanece?
Todo lo que he creído aprender a través de las letras
¿Para qué ha servido?
Estas resoluciones mortíferas
llenas de una filosofía anarca, finiquitable
y libre, de concepciones dolorosas pero acertadas,
aceptar filosóficamente la muerte.
¿Qué creer?
¿Qué he cultivado? Lamentable,
 no puedo defenderme de los pensamientos que la muerte me atrae,
no puedo, no tienen fuerza alguna los míos contra los suyos.
El olvido y el recuerdo final con resoluciones mortíferas. 

Inútil ahora seguir en esa búsqueda de mí mismo.
¿Y me he encontrado? ¿Qué o quién soy? ¡Maldita sea! No lo sé
¿Qué debo hacer? !Jah¡ Ya es muy tarde.
Este mínimo de conocimiento que conmigo está, no me lo dice.
 ¡Maldición! ¿Espero respuestas de mí?  o ¿debo ahora refugiarme
en un dios?, ¡No! Que bajo he caído. Respuestas o preguntas
 están en mí y me atormentan...
que sentimiento más hermoso este
el de querer ya acabar con lo irremediable,
me hace llorar, me hace temblar,
me hace sentir y no sentirme al mismo tiempo. ¿Este soy yo, el que cavila o ya estoy muerto?
!Oh¡ Ya espero estarlo... ”

Debido a las alteraciones mentales que causa una bala que entra y sale de un lado de la región craneal, centro de todas las actividades intelectuales, emocionales y vitales de un hombre, escuchaba extrañamente una sinfonía que conocía muy bien. Su equipo hacia girar un long-play, que se ondeaba como las olas del mar. Sí, la escuchaba, Bach en su Cello Suit 1, venia de adentro de su ser. No se sorprendía, miles de veces envolvió sus soledades, la conocía como conocería ahora la muerte, que tocaba a su hombro. Así que sonrió al reconocer el hecho de que aquella le estaba sirviendo de marcha fúnebre, y de epitafio su ultimo ahondo aliento de palabras; su lecho, su mismo cuartucho, descuidado y polvoriento. Y quienes se despedían del moribundo eran los miembros de la escuela de Atenas, mirando como se marchitaba su vida. Un gesto de extrema satisfacción se dibujo en su rostro, como si hubiese hallado la respuesta o la pregunta que con tanto ahínco buscó. La bombilla a lo alto del techo, apagó y prendió un sin número de veces, hasta quedar apagada definitivamente, y apagada así mismo la vida de aquel hombre.

3 comentarios:

  1. Yaaaap! Ya lo hemos comentado antes...

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  2. Está bien, me gustan los detalles significativos.

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  3. me gusta la forma en que plasmas las palabras en este papel virtual, la forma como las ordenas en tu cabeza, me gusta tu estilo tiene detalles

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